Los últimos seis integrantes de estos pueblos indígenas del este de Brasil han sobrevivido al genocidio, el avance de la frontera agrícola-ganadera y los desbalances ecosistémicos que generó la carretera BR-364. Para resistir al “desarrollo” occidental, debieron establecer relaciones interétnicas a pesar de tener lenguas diferentes. Los akuntsú aportaron sus conocimientos en agricultura silvestre y los kanoé compartieron sus técnicas y habilidades para la caza. Con casi todos sus familiares ya fallecidos, las mujeres akuntsú cuidan a sus aves como si fueran sus hijos, mientras que los kanoé cazan el ganado que dejaron los terratenientes al desalojar las tierras que habían invadido décadas atrás.
Los últimos seis integrantes de estos pueblos indígenas del este de Brasil han sobrevivido al genocidio, el avance de la frontera agrícola-ganadera y los desbalances ecosistémicos que generó la carretera BR-364. Para resistir al “desarrollo” occidental, debieron establecer relaciones interétnicas a pesar de tener lenguas diferentes. Los akuntsú aportaron sus conocimientos en agricultura silvestre y los kanoé compartieron sus técnicas y habilidades para la caza. Con casi todos sus familiares ya fallecidos, las mujeres akuntsú cuidan a sus aves como si fueran sus hijos, mientras que los kanoé cazan el ganado que dejaron los terratenientes al desalojar las tierras que habían invadido décadas atrás.
Los kanoé y los akuntsú son dos pueblos indígenas que han sobrevivido a sucesivos intentos de exterminio y hoy habitan la Tierra Indígena Río Omere ubicada al sur de Rondonia. Tres kanoé y tres akuntsú son los únicos sobrevivientes de los dos grupos contactados en 1995 por la Fundación Nacional del Indio (Funai) a orillas de uno de los afluentes del río Corumbiara. Fueron encontrados dentro de propiedades privadas que habían sido subastadas por el Estado brasileño en la década de 1970 al ser consideradas tierras deshabitadas.
Era estación seca en Omere. Con Purá, uno de los dos hombres kanoé que sobrevivieron al genocidio en el Valle de Corumbiara, estábamos sentados encima de la caja de una de las camionetas de la Funai mientras esperábamos que los hombres regresaran de cazar los bois bravos (bueyes salvajes) que quedaron en la Tierra Indígena después del desalojo de los terratenientes. Purá se había quedado para hacerme compañía en el vehículo ya que los otros hombres consideraban demasiado peligroso que una antropóloga blanca, joven e inexperta participara de una cacería.
Mientras estábamos sentados, Purá me miró y señaló una cicatriz en mi pierna. Le respondí que me la había hecho al caer de un árbol. Luego pasó a hablarme de sus propias cicatrices. La historia lo transportaba a la época en que su grupo familiar vivía en el bosque, huyendo del contacto con los aparabia (los blancos). Habló de su iamõe (madre) y de la angustia de verla llorar al escuchar el ruido de las motosierras y sentir el olor a humo cada vez más cerca de su campamento.
Purá juega con peces frente a la base de la Funai en la Tierra Indígena Río Omere (2017). Foto: Luciana Keller Tavares
Purá juega con peces frente a la base de la Funai en la Tierra Indígena Río Omere (2017). Foto: Luciana Keller Tavares
El golpe de Estado y la ocupación de la Amazonía
Los kanoé fueron contactados por primera vez en 1914 cuando la Comisión Rondón, cuyo objetivo era instalar más de 2000 kilómetros de cables de telégrafo, pasó por los márgenes del Río Pimenta Bueno. Pocos años después, el Servicio de Protección al Indio instaló el Puesto Indígena de Atracción (PIA) Pedro de Toledo para sedentarizar a los pueblos que vivían en la región. En 1947, con el fin de liberar el área para la construcción de la futura carretera BR-364, se trasladó a los grupos al PIA Ricardo Franco, que actualmente se encuentra ubicado en la Tierra Indígena Río Guaporé, a unos 400 kilómetros de Pedro Toledo. Sin embargo, algunos kanoé escaparon de los traslados: probablemente este sea el caso de los ancestros de quienes hoy viven en la Tierra Indígena Río Omere.
Cuando los militares tomaron el poder con el golpe de 1964, la Amazonía se convirtió en la “niña de los ojos” del régimen que emergía como la supuesta solución a la mayoría de los problemas del país: desde la sequía en el Nordeste hasta la concentración de tierras en el Sudeste. La retórica de las brechas demográficas se convertiría, entonces, en el principal lema de la colonización del territorio. Tras el lanzamiento del primer gran proyecto de colonización en la Amazonía brasileña, el Programa de Integración Nacional (PIN), la ilusión militar quedó plasmada en la recordada frase del general Emílio Garrastazu Médici: “La tierra sin hombres para hombres sin tierra”.
Sin embargo, “los vacíos” no eran más que una falacia que tuvo un efecto brutal en las poblaciones locales. El discurso de que los territorios estaban deshabitados dio carta blanca a la producción de vacíos reales, ocultando, durante décadas, el exterminio de las poblaciones indígenas brasileñas. En Rondonia, la colonización de los “vacíos demográficos” estuvo, en gran parte, a cargo del Instituto de Colonización y Reforma Agraria (Incra), responsable de realizar la Operación Rondonia: un proyecto de ocupación acelerada del territorio. Los dos principales instrumentos de la operación fueron la consolidación de la carretera BR-364 y la distribución de tierras a través de programas de colonización.
El asentamiento de colonos y la llegada de empresarios paulistas
La carretera BR-364 fue un hito en la conformación de Rondonia. La ruta atravesaba el Estado en diagonal y, cuando fue pavimentada, se convirtió en una de las únicas vías de acceso terrestre al territorio. Si bien se inauguró durante el gobierno de Juscelino Kubitschek (1956-1961), su pavimentación recién se realizó a principios de 1980 con fondos del Banco Mundial a través del Programa Integrado para el Desarrollo del Noroeste de Brasil (Polonoroeste).
En paralelo a la consolidación de la carretera, se expandió la frontera occidental a través del asentamiento de colonos. La intensa propaganda, tanto oficial como informal, provocó un flujo poblacional que escapó del control del Incra. Miles de familias de pequeños agricultores emigraron a Rondonia con la promesa de tierra buena y abundante, pero, al llegar, descubrían que no había suficiente tierra para todos. A partir de 1975, el panorama se agravó cuando se produjo un cambio en la estrategia de distribución de tierras del Incra: se licitaron grandes extensiones de tierra y se favoreció la apropiación de tierras en mano de terratenientes. El filete de este banquete agrónomo fue el área conocida como la Gleba Corumbiara.
A fines de la década de 1970, la región de los ríos Tanaru, Pimenta Bueno y Corumbiara ya aparecía en los mapas del Ministerio de Agricultura como el área con mayor potencial agrícola de Rondonia. La Gleba Corumbiara, compuesta por cien lotes de 2000 hectáreas, fue subastada a unos pocos empresarios paulistas que, utilizando como testaferros a familiares, lograron acumular hasta 12 lotes cada uno. Entre los empresarios beneficiados se encontraba Antenor Duarte, propietario de la Hacienda São Sebastião, donde en 1995 se hallaron los kanoé del Omere y los akuntsú.
La revista Informe do Poloroeste, publicada en Rondonia y Mato Grosso durante la década de 1980. Imagen: Archivo personal
La revista Informe do Poloroeste, publicada en Rondonia y Mato Grosso durante la década de 1980. Imagen: Archivo personal
Una alianza para luchar contra el genocidio
Los akuntsú fueron el segundo grupo contactado por la Funai en 1995. En ese momento, eran siete personas (adultos, ancianos, niñas y niños) hablantes de una lengua de la familia Tupari (Tupi tronco). Como tantos otros etnónimos en la Amazonía, “akuntsú” no es una autodenominación, sino que los kanoé los llamaron así. Ambos grupos huían del contacto con los blancos y venían de un historial de masacres sucesivas. Los akuntsú solían llamarse babawro (pájaros carpinteros). Su antigua costumbre de teñirse el cabello con tinta de urucú y bailar hasta el amanecer durante las noches de luna nueva, los hacía parecerse a estos pájaros. Actualmente, las akuntsú se reducen a tres mujeres adultas: Pugapía, Aiga y Babawro.
Según sus propios relatos, antes del avance de la frontera agrícola hacia sus territorios, los kanoé del Omere y los akuntsú ni siquiera conocían de la existencia del otro. Vivían en áreas contiguas y los límites de un territorio terminaban donde comenzaba el otro. Esos límites se respetaban mutuamente. Sin embargo, el estado colonial no compartía el mismo respeto. A medida que avanzaban las fronteras de colonización, los kanoé y los akuntsú fueron empujados hacia un espacio del bosque que quedaba en la orilla del arroyo Omere. Allí se conocieron.
Al poco tiempo, intercambiaron parejas sexuales e intenciones de matrimonio. La alianza entre ellos, que en otros tiempos hubiera sido improbable, se convirtió en la herramientas de lucha más importante contra el genocidio.
La alianza entre ellos, que en otros tiempos hubiera sido improbable, se convirtió se convirtió en la herramientas de lucha más importante contra el genocidio.
Como hablaban idiomas muy diferentes, inicialmente la comunicación se dio a través de intercambios materiales. Mientras los akuntsú habían logrado mantener sus tierras de cultivo y tenían semillas que los kanoé habían perdido en las constantes fugas por el bosque; los kanoé habían desarrollado sus técnicas de caza y eran más hábiles en la obtención de proteínas. Al poco tiempo de conocerse, intercambiaron parejas sexuales e intenciones de matrimonio. La alianza entre ellos, que en otros tiempos hubiera sido improbable, se convirtió en la herramientas de lucha más importante contra el genocidio.
Pero la alianza no fue la única táctica. Los kanoé del Omere y los akuntsú tuvieron que adaptar sus formas de vida y aumentar la movilidad para sobrevivir a la persecución y la invasión de sus territorios. Ambos grupos aún recuerdan los cultivos que perdían por las constantes fugas a las que se veían obligados. Si bien es común que las poblaciones indígenas de la Amazonía cambien frecuentemente de hogar (ya sea por el manejo de los recursos o por eventos dramáticos como masacres o inundaciones), este caso muestra una movilidad excepcional.
La movilidad continua se volvió imprescindible e implicó un cambio de sus hábitos alimenticios. Si bien los kanoé del Omere perdieron todas sus cosechas, perfeccionaron sus técnicas de caza y desarrollaron diferentes tipos de flechas que aún hoy fabrican. Para ello, crearon una ingeniería sofisticada adaptada al biotipo y comportamiento de cada animal. Por su parte, los akuntsu lograron mantener buena parte de sus cultivos permaneciendo en constante movimiento: encontraban cobijo entre los diversos tapiris (refugios temporales) que tenían en el bosque y regresaban ocasionalmente a sus tierras sembradas para trabajar el terreno o cosechar los alimentos.
Bukwá, del pueblo Kanoé, muestra algunas de las flechas que fabrica (2018). Foto: Luciana Keller Tavares
Bukwá, del pueblo Kanoé, muestra algunas de las flechas que fabrica (2018). Foto: Luciana Keller Tavares
Sobreviviendo para vivir bien
Después de ver morir a casi todos sus seres queridos, las tres mujeres akuntsú viven hoy en compañía de sus 15 pájaros de varias especies y un mono nocturno bebé. Todos viven en una diminuta casa, cerrada herméticamente para evitar que se escapen. En las últimas décadas, la crianza y cuidado de las aves ha ocupado buena parte del día a día de las tres mujeres. Los más queridos son los maracanãs, aves de la familia de los papagayos que llevan a todos lados sobre sus hombros o apoyados en un palo. Las mujeres llaman a estas aves como “u mempit peru”, que literalmente significa “mi hijo papagayo”. La importancia de las aves en la vida de las mujeres akuntsú repercute en un mundo donde ya no nacen niños, un mundo devastado por el genocidio. Los pájaros son los últimos que quedan.
Es muy irónico que hoy los kanoé puedan cazar el ganado salvaje dejado por los ganaderos tras el desalojo de la Tierra Indígena ya que esta fue una de las actividades productivas que fue matando a su gente. Recuerdo haber leído en un grafiti del centro de São Paulo: “Sobrevivir nunca fue vivir”. La frase quedó en mi mente como si hubiera encontrado un mensaje en una botella en el mar. Pensé en los kanoé y los akuntsú. Sobrevivir es tener las condiciones materiales justas para seguir existiendo, es permanecer al filo de la existencia con lo mínimo indispensable: salud, alimento, tierra y un techo.
En cambio, vivir va más allá: es la posibilidad de manifestar toda la esencia de nuestro ser. Para vivir, el ser humano necesita de los demás. Somos una maraña de sensaciones y afectos que surgen de nuestros vínculos. En esta Tierra Indígena, aprendí que vivir es compartir la existencia y construir relaciones. Aprendí que vivir es vivir bien. Los colonizadores intentaron quitarles a los kanoé del Omere y akuntsú no sólo la posibilidad de sobrevivir, sino, sobre todo, su sentido de vivir. Mataron a sus familiares, a sus compañeros y a sus afectos. Sin embargo, no contaban con que sobrevivirían y crearían nuevos vínculos familiares y nuevas formas de vivir bien.
Luciana Keller Tavares es candidata a Doctora del Programa de Antropología Social de la Universidad de Brasília (UnB) y consultora del Observatorio de Derechos Humanos de los Pueblos Indígenas Aislados y de Contacto Inicial. Desde 2017, investiga los efectos socioantropológicos del genocidio en la Tierra Indígena Río Omere.