El fuego de vivir libremente: la resistencia de los maya poqomam contra las minas de arena

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El Río Chinautla tiene las orillas cubiertas de plástico, textiles y nylon. Foto: Axel Björklund

Desde los 90, la comunidad indígena Maya Poqomam de Santa Cruz Chinautla, Guatemala, sufre los impactos de la minería industrial de arena de orígenes ladinos. El territorio ya no parece el paraíso de antaño y las pérdidas se acumulan: los ríos están contaminados, las casas se hunden por la desestabilización del terreno y, crecen las tensiones entre quienes resisten al extractivismo y los que trabajan en estas industrias. Mientras las mineras operan con sus licencias vencidas gracias a una ley beneficiosa para las empresas, parte de la comunidad ha decidido resistir a través de la organización.

“Se llevan nuestro mejor material y nos envían desechos”. Alejandro señala hacia el pueblo que se encuentra más abajo, me mira fijamente a los ojos y explica con un dejo de resignación: “Aquí está ocurriendo un ecoetnocidio. Por favor, escríbelo en tus informes”.

A las afueras de la ciudad de Guatemala, la comunidad indígena Maya Poqomam de Santa Cruz Chinautla enfrenta múltiples desafíos ambientales. Por un lado, sus ríos están gravemente contaminados por la basura y las aguas residuales provenientes de la capital. Por otro lado, el territorio alberga varias minas industriales de arena. Rodeados por la contaminación y los efectos de la extracción de recursos, este pueblo se encuentra bajo la presión del desplazamiento forzado. “Santa Cruz solía ser un paraíso. Ahora todo se ha perdido”, señalan con tristeza los lugareños.

Según los mayas poqomam, la minería industrial de arena comenzó en la década de 1990. Al principio, la extracción era a pequeña escala. De hecho, los mismos habitantes de Santa Cruz siempre han extraído arena de forma manual y para satisfacer necesidades comunitarias. Sin embargo, con el tiempo, la maquinaria se fue multiplicando y la producción se intensificó. Actualmente, varias minas operan en la zona, pero pocas o ninguna son de propiedad local: la mayoría de las minas son propiedad de ladinos que residen en la capital.

Hace años atrás, Santa Cruz Chinautla era un paraíso para sus pobladores. Foto: Axel Björklund

Territorios y cuerpos susceptibles de ser contaminados

La historiadora estadounidense Traci Brynne Voyles utiliza el concepto de wastelanding para entender la distribución injusta de los costos y beneficios ambientales. En sus palabras, wastelanding se refiere al proceso mediante el cual “ciertos entornos y cuerpos son considerados susceptibles de ser contaminados tanto de manera conceptual como material”. Esto significa que los sectores privilegiados de la población actúan de forma retórica como práctica para explotar a las comunidades marginadas. 

Según Voyles, este proceso ocurre en dos etapas. Primero, el explotador debe construir discursivamente que las tierras que busca son inútiles o improductivas. Luego, en una segunda etapa, entra físicamente en ellas para extraer sus recursos. Este proceso de explotación no sucede al azar, sino que suele materializarse de acuerdo con jerarquías de clase, raza y género, siendo las comunidades indígenas particularmente vulnerables. Por esta razón, Voyles advierte que las mismas comunidades marginadas en donde cada vez se extraen más recursos son también donde se arrojan cada vez más desechos.

¿Cómo se desarrollan, entonces, estos procesos en Santa Cruz? ¿Cómo se manifiestan y cómo responde la gente? Para empezar, una premisa básica de esta extracción destructiva de recursos del territorio poqomam por parte de foráneos es la relación desigual entre la capital, predominantemente ladina (o no indígena), y el campo, mayoritariamente maya. Cuando las minas, propiedad de ladinos, extraen arena del territorio poqomam y dejan a la comunidad lidiar con los daños, no se trata de una coincidencia, sino de una continuidad de siglos de opresión colonial.

Las minas industriales de arena, de capital ladino, operan en territorio poqomam como una continuación del colonialismo. Foto: Axel Björklund

Una acumulación de pérdidas

Para la resistencia antiminera de Santa Cruz el principal adversario es la Piedrinera San Luis: la mina más grande. Esta empresa ha estado operando sin una licencia válida desde que la anterior expiró en 2022. Y lo mismo le ocurrió a la minera vecina, La Primavera, cuya  licencia caducó en el 2021. Hoy en día, la resistencia trabaja para evitar que se renueve esta licencia.

El problema radica en que la Ley de Minería de Guatemala establece (o al menos es la interpretación que hace el Ministerio de Energía y Minas) que las empresas pueden seguir operando con normalidad mientras el trámite de la extensión de la licencia esté pendiente. Acorde a esta lectura, no se requeriría consulta comunitaria ni evaluación de impacto ambiental para emitir una nueva licencia por 25 años. En otras palabras, la ley está escrita para beneficiar a las empresas.

Cuando las minas extraen arena de las riberas, el curso natural del agua se distorsiona y el río compensa la pérdida de volumen con arena de las áreas circundantes. Como consecuencia, el terreno se desestabiliza, hay deslizamientos de tierra y hundimiento del suelo.

Cuando las minas extraen arena de las riberas, el terreno se desestabiliza y las personas pierden sus tierras o viviendas debido al hundimiento del suelo.

De modo contrario, para la mayoría de los lugareños, la relación con las minas se traduce en pérdida: pérdida de tierras, pérdida de viviendas, pérdida de medios de subsistencia y hasta pérdida de familiares. El último caso ha sido el asesinato de Anilson Alberto Vásquez Chacón, un joven de 16 años e hijo de una autoridades indígenas, ocurrido el 18 de abril de 2024, presuntamente a manos de personas vinculadas a las mineras industriales de arena

Las pérdidas se dan por varios factores: polvo pesado en los caminos, inundaciones y persecución, pero la principal es el deslizamiento de tierras y la erosión. Cuando las minas extraen arena de las riberas, el curso natural del agua se distorsiona y el río compensa la pérdida de volumen con arena de las áreas circundantes. Como consecuencia, el terreno se desestabiliza y las personas pierden tierras o viviendas debido a deslizamientos de tierra y hundimientos del suelo.

Casa abandonada luego de un derrumbe. Es habitual que las casas se hundan debido a la actividad de las mineras de arena. Foto: Axel Björklund

Una nostalgia compartida

Mostrándome la ladera polvorienta que alguna vez fue su patio, la artesana Juana comparte su frustración: “Nuestras casas ya no sirven. El terreno se hundió al menos dos metros y no tenemos otras tierras”. Al preguntarle si es posible repararlo, responde: “No. No podemos construir una buena casa porque se partiría y caería. Por eso, construimos con láminas de metal, pero tenemos que rellenar el piso a menudo porque se hunde muy rápido”.

Mientras camina entre las ruinas de la casa de su infancia, Alejandro recuerda: “Cuando tenía ocho años, las minas nos hicieron perder nuestra primera casa. Simplemente se volcó. Cuando tenía 16, perdimos la segunda. Es realmente triste porque este lugar era un paraíso”. La doble pérdida de su hogar le causó a Alejandro un gran estrés emocional: “Cuando esto pasó, tuve problemas psicológicos y económicos. Casi perdí mi identidad poqomam. Ahora vivo al otro lado de la comunidad y tengo que construir mi propia casa. Antes teníamos bosque y animales, y ahora me falta agua, pavimento y electricidad”. Al comparar su situación con la de sus antepasados, Alejandro analiza: “Mi abuelo tenía 32 manzanas de tierra y mi padre tenía dos. Yo nunca tendré tanto, por culpa de las minas”.

Las areneras afectan a toda la comunidad. Los habitantes de Santa Cruz expresan un sentimiento de nostalgia, pero también de tensión social. Desde su mirada de padre, Chico explica cómo ha cambiado Santa Cruz desde su infancia: “Realmente me entristece. Cuando hablo con mis amigos, siempre extraño las orillas del río y quiero volver allí con mis hijos para jugar y explorar el paisaje. Pero esto nunca volverá a suceder, la historia no se repetirá”.

Para Julia, las areneras perjudican su labor como alfarera: “Las minas y la contaminación entierran el barro que usamos. Queda muy abajo y no la encontramos. Antes, la gente buscaba barro más fino, pero ahora dejaron de hacerlo”.

Para Julia, las areneras perjudican su labor como alfarera: “Las minas y la contaminación entierran el barro que usamos. Queda muy abajo y no lo encontramos”.

Los conflictos de intereses también atraviesan a la comunidad. Bernardo es autoridad indígena y señala: “Tenemos que aceptar que algunas personas se benefician de las minas, porque trabajan allí o transportan arena en sus camiones. Tristemente, tenemos enfrentamientos entre nosotros”. Uno de esos conductores de camión es Teodoro, quien reconoce el daño, pero también la necesidad económica: “Es cierto que la extracción es excesiva y puede ser destructiva, pero al mismo tiempo quiero que las minas sigan porque de eso vivo. Si no vendo arena, ¿cómo voy a comprar mi comida?”. Al respecto de la gestión colectiva de los recursos, Teodoro añade: “En realidad, somos nosotros mismos quienes estamos destruyendo la comunidad. ¿Y por qué? Porque tenemos que ganar dinero para comer y brindar educación a los hijos”.

Para Julia, las areneras perjudican su labor como alfarera: “Las minas y la contaminación entierran el barro que usamos. Queda muy abajo y no lo encontramos. Antes, la gente buscaba barro más fino, pero ahora dejaron de hacerlo. De hecho, hubo un hombre que quedó sepultado buscando arcilla. Perdió la vida”. En Santa Cruz, la alfarería es un pilar económico de muchos hogares, especialmente para mujeres y madres solteras. La creciente escasez de barro de calidad no sólo implica la pérdida de ingresos, sino también de una tradición cultural. “Para nosotras, esto es una enseñanza de nuestros ancestros. Así es como las mujeres poqomam nos ganamos la vida”, explica Juana.

La alfarería es central en la economía de muchos hogares, sobre todo para las mujeres indígenas, quienes ven afectada su tradición por la mala calidad del barro. Foto: Axel Björklund

La organización de la resistencia

Con su territorio ancestral bajo ataque, una parte de la comunidad ha decidido resistir. En respuesta al vencimiento de la licencia minera de Piedrinera San Luis en 2022, la resistencia comenzó con un bloqueo de caminos que duró 21 días. Basados en la experiencia dentro de la comunidad, los líderes de la movilización decidieron no organizarse a través del Consejo Comunitario de Desarrollo vinculado al municipio y optaron por una estructura organizativa independiente. “Sabemos que, según la Constitución, los Pueblos Originarios tenemos derecho a nuestras propias organizaciones. Así que creamos una autoridad indígena”, explica Bernardo.

Sin embargo, la decisión de organizarse no surge sólo de la oposición a las mineras de arena, sino de una insatisfacción más amplia con el Estado. “¿Qué calidad de vida nos da este Estado? Nosotros nunca hemos contaminado nada. Pero, desde la invasión, todos estos gobiernos corruptos siguen robándonos. El Estado no se preocupa por nuestros problemas. O no los ve, o no le importan”, cuestiona Alejandro.

Aunque abundan las amenazas, el poder de resistir supera los miedos. Juana agrega: “Cuando me uní a la resistencia, no sabía qué era una manifestación. Aprendí a defender mis derechos como mujer. Ahora nos van a tener que escuchar, quieran o no”.

“Esta lucha tiene que continuar porque no estamos peleando por nosotros, sino por nuestros hijos. Si las minas siguen operando, Santa Cruz desaparecerá”, explica Juana.

Enfocada en la cancelación de las licencias mineras pendientes y en la obtención de una compensación por los daños sufridos, la principal actividad de la resistencia es el mantenimiento de su campamento en la carretera entre Santa Cruz y Piedrinera San Luis. Allí, los miembros de la resistencia se reúnen, discuten y observan los camiones que transportan carga hacia la mina. Más allá de monitorear, el objetivo es demostrar que la resistencia sigue en pie. Para muchos integrantes, la lucha es existencial. “Esta lucha tiene que continuar porque no estamos peleando por nosotros, sino por nuestros hijos. Porque si las minas siguen operando, Santa Cruz pronto desaparecerá”, explica Juana.

Unirse a la resistencia ha sido transformador para muchos activistas. Aunque abundan las historias de amenazas y persecuciones, para la mayoría, el poder de resistir supera los miedos. Juana agrega: “Cuando me uní a la resistencia, no sabía qué era una manifestación. Allí aprendí a defender mis derechos como mujer. Ahora hemos tomado este espacio y nos van a tener que escuchar, quieran o no”. En el mismo sentido, Daniel afirma: “Antes yo era una persona sin conocimiento de la ley. Pero hoy, gracias a la resistencia, entiendo más. Hoy sé que tengo derechos y que debo luchar por ellos”.

El campamento de la resistencia sigue en pie, sostenido por los activistas como símbolo de que la lucha continúa. Foto: Axel Björklund

La lucha colectiva por la libertad y la autodeterminación

Actualmente, la historia de las mineras de arena está en una encrucijada. Tras la toma de posesión del presidente progresista Bernardo Arévalo en enero de 2024, las esperanzas de un Guatemala diferente son altas. Sin embargo, para los críticos, el progreso es lento y persisten muchas preguntas: ¿garantizará el nuevo gobierno los derechos de las comunidades indígenas frente a los intereses empresariales? ¿Decidirá el Ministerio de Energía y Minas sobre las licencias de San Luis y La Primavera? De ser así, ¿se consultará a la comunidad y se realizará una evaluación ambiental? 

Cualquiera que sea la respuesta, la resistencia va más allá de la contaminación de las mineras: es una lucha por la libertad y la autodeterminación. Contemplando la posible esperanza de un futuro mejor para los poqomames, Alejandro concluye: “No basta con tener tierra y agua. Lo que realmente necesitas es el fuego para vivir en libertad. ¡Libres de contaminación y opresión!”.

Por razones de seguridad, todos los nombres del artículo son ficticios.

Axel Björklund

Axel Björklund es politólogo y antropólogo sueco. Su proyecto de maestría se centró en la minería y la resistencia en Santa Cruz, Guatemala. Actualmente, se desempeña como secretario político del Partido de Izquierda de Suecia, en la región de Estocolmo.